Bruno Gabriel L. García
En efecto al pasar por aquella cuadra fue visto por los chicos como si el fuese el héroe mitológico que logró domesticar a aquella criatura que todos creían que se comía a sus mascotas a penas ellos se descuidaban, aquella criatura satanizada por las mentes de párvulos con imaginaciones dantescas en ese pequeño mundo que era la cuadra, enclavada en un pequeño suburbio al oeste de la ciudad.
Pero sin el percate de varios, por los arbustos, detrás de los chiquillos se hallaba merodeando su padre, ese hombre que para Malaquías era un verdadero héroe; hombre que conjugaba la lealtad a la familia, la alegría de una infancia que empezaba a culminar y la veracidad de que nunca él le mentiría nada acerca de la vida. Si bien el llamado paternal le obligaba despedirse de ella de inmediato había algo que un cuajaba. Malaquías no lograba entender porque la señora, la señorita Ruiz, como ella le pidió le llamara se había callado de un momento a otro y que su padre estuviese en ese preciso instante extrañamente medio furibundo; Malaquías solo atina a despedirse rápidamente y regresa a su casa en menos de lo que canta un gallo, como la repentina orden de su padre lo dictaminaba.
Al día siguiente la vida había regresado a la cotidianeidad que le sigue a la vida de todo niño que ya empieza a salir de la etapa infantil y que sigue viviendo solo el momento. Como el día anterior le fue victorioso, hoy lo sería para otro chico; ergo no fue así. La cuadrilla de chicos lo veía ahora diferente, talvez porque el día anterior logró domesticar a una fiera que andaba suelta por aquella cuadra desde que todos estos chicos habían empezado a explorarla hacia ya un par de años. Malaquías por su parte solo esperaba ser levantado como el nuevo socio del prestigioso club; pero la parvulez de esas nuevas masas que simbolizan el futuro de una nación, solo acotan a que le faltaba obtener el trofeo y que recién ahí podría estar dentro del club.
Extrañamente el viento silbaba en esa tarde en que él, decidido, caminaba en dirección de la casa gris para tocar a la puerta y esperar que algún designio le indicase que lo de ayer no fue en vano y que hoy no sería su último día, pues a pesar de haber congeniado el día anterior con la huraña dueña de esa casa crece aún en él un cierto temor conjugado con una especie de sentimiento de haberla conocido en algún instante, como si esta mujer fuera un familiar lejano.
La puerta se abrió lentamente y salió entonces una señora extraña con el rostro conocido solo por Malaquías desde el día anterior, una señora extraña para la cuadra y con una sonrisa cariñosa que por alguna razón el añoraba y que por insólitos motivos daba tirria a su padre cuando éste le comentaba acerca de esa mujer que vivía a penas a unas cuantas casas de la suya. La tarde paso tranquila y el empezaba a cobrar afabilidad a medida que habla con ella, hablando con un cariño como si ella fuese parte suya, como si le perteneciese en algún extraño sentido o en una dimensión desconocida.
Pasados los días y también las semanas; y aunque -Malaco-, no entendía porqué solo dedicaba ese verano a ir a la casa gris para visitar a la señorita Ruiz -a escondidas, pues su padre y su madrastra que se lo tenían prohibido-; sin embargo la idea de vivir solo por las mañanas con esa mujer en esa casa gris se tornaba más agradable que entrar al Club de la Poza , que ya era solo un recuerdo que liga a lo ignoto de lo que el algún día pensó que sería en la mente de los chicos en esa cuadra: el héroe que calmo a la loca de la casa gris.
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