lunes, 11 de julio de 2011

La Loca de la Casa Gris (Cuarta Parte).

Bruno Gabriel L. García

El verano empezaba su camino de partida y con ello las vacaciones. Para entonces la amistad de Malaquías era más que buena con esa la señorita Ruiz; señorita o mejor dicho: señora, que para los demás chicos resultaba ser el eufemismo de una mujer extraña… y que además estaba loca.
Una mujer con un pasado gris como su casa y que ningún adulto de la cuadra tocaba entre platicas, tal vez por desidia o quizá porque simplemente les fatigaba pensar en ello.

A pesar de todo esto, de la amistad, la empatía y la extraba familiaridad entre Malaquías y la señorita Ruiz. El bicho de la heroicidad juvenil perenne en todo chiquillo le recordaba su propósito inicial, el de entrar al Club de la Poza; y aunque los chicos lo habían ya olvidado, volvió a postular por un puesto; el reto era el mismo: una foto de la loca de la casa gris… pero esta vez tenía que ser de su mismo cuarto... -una foto que se halle en el mismo cuarto de la loca-, decían con burla, -queremos una foto con su familia, o algo intimo, tu sabes, Malaco, tráenos algo intimo y serás casi como una de las cabezas del Club- replicaron.
Malaquías, hinchando el pecho de valía digna de todo pre-púber de suburbios partió hacia su especial misión. Era un jueves 29; y después de haber ayudado a la señora a llevar sus alimentos a la casa gris; entró sigilosamente al cuarto de esa mujer que a pesar de todo él estimaba, mientras tanto ella le preparaba una ensalada de frutas especial para su Malaquías.
La sorpresa que se llevó Malaquías al entrar en dicha habitación fue grande, inmensa para ser más asertivos; pues al ver fotos de él en el cuarto, fotos que databan de su misma infancia, fotos del primer día de colegio, crearon en el un ataque impulsivo dentro que aquella habitación. La locura infantil del niño nace en aquel instante y en busca de más información empieza a revisar en cada gaveta de aquella habitación, cada caja, cada escondrijo... no hay ningún lugar donde el haya dejado en calma; hasta que llegó a una cajita roja; una cajita guardada en lo más remoto del closet de la señorita Ruiz y en ella una foto de su padre y de ella; y al lado había una partida de nacimiento con la misma fecha en que él nació… un 22 del 10.
Malaquías entendió en ese instante y a su escasa edad el porqué sus padres no querían que él la conozca y también el porqué la camaradería de aquella mujer; y sobre todo, el porqué de ese sentimiento suyo de creer que la conoció en algún lugar y que la sintió en extensos momentos como si el fuera parte de ella.
En ese instante la vió parada en la puerta con una expresión absorta en el rostro por la sorpresa del ambiente que Malaquías acabada de crear en aquella habitación y a la vez de una sonrisa añorante por un secreto que al fin salía a la luz; y también… una lágrima descendiendo tiernamente por su mejilla. Y es entonces que él empezó a verla con otros ojos. Ese sentimiento de pavor inicial se transformó en un efímero instante entre ese afecto especial que extrañamente siempre buscó y que nunca encontró en aquella mujer que se hallaba a unas casas de esa residencia gris.
Es entonces que Malaquías se paró lentamente, la miró a los ojos y solo dijo con una voz entrecortada por el afecto, la emoción y un conglomerado de extraños sentimientos que a tan corta edad se le presentaban. Sentimientos que concibió los tenía perdidos y que le acababan de llenar toda una vida.
Buscaba alguna palabra, una frase que diera pie a llenar ese hueco que sentía y solo pudo decirle entre aletargamientos: -Acabo de llenar ese hueco que siempre tuve vació en esa casa vecina...usted, es mi madre verdad-.


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