miércoles, 20 de abril de 2011

El ciclo de vida

Bruno Gabriel L. García

Son pocas las veces que uno piensa en la muerte, a menos que esta se vea en el horizonte. Sobre todo si se trata de un ser querido.

Te llega entonces ese menoscabo de arrojo que sobrecoge a la misma ánima en lo más profundo, como también ingresas en un estado de elucubramiento más profundo, más sopesado.

–La muerte nunca es buena, sobre todo, para los que la sobreviven-, me dijo un hombrecillo, allá en la sierra, mucho tiempo atrás… pareciera que tal epifanía era la razón misma de sus palabras aquella vez; una visión dirigida hacia mi persona esa tarde donde la lluvia serrana agolpaba en el piso esa humedad que al salir de regreso a los cielos emitía ese olor de ‘Ande’ que no logro muchas veces olvidar y que añoro cada vez que recuerdo o siento al agua de llovizna caer en mis hombros.


No es que ya haya alguna lumbre apagada alrededor mío, solo es que mencionarla con énfasis en mi propia familia te hace recordar en el tiempo… en lo corto que es este y el lo efímero del significado de nuestras propias existencias. En si alguien nos ha de recordar de aquí a 100 años; y de si lo hiciesen, qué recordarán.

Pero divago… lo real es que la muerte acecha a las familias siempre; mi abuela es ahora una de sus víctimas en acecho. Ella se va yendo cada día, por ello vive sus jornadas como si fueran las últimas. Puede que muchos a veces no entiendan sus razones, puede que lo sepan cuando ya alguna de las Parcas los tengan a la vista… quizá ahí entiendan.

Uno sueña con que nuestros seres queridos vivan eternamente, que se vayan de este mundo luego de nosotros y así no sentir la pena atolondradora y que ahoga. Mas no es así.

Queda tan poco tiempo y siento que no la he podido abrazar tanto como he debido. Ella me crió en la infancia, lo hizo mientras mi madre luchaba por darme un futuro. Pasé a ser un hijo de ella y quizá sea que la vida me haya deparado tal destino, más de una madre y más de un padre.

Mi abuela, -mi Abu-; la conozco tanto como el hijo a su creador. Quizá algunos no vean este nexo tan proxímero que le tengo; pero importa un bledo esa apreciación viniente de quien no entiende.

“La vida es un regalo”… ella me lo enseñó.

Recordar sus ojos, es recordar la chispa de los ojos que debieron ver su infancia y juventud; sus ojos brillantes; ahora se van apagando tras sus lentecitos, me dicen, esos ojitos, sobre su papá y su mamá, de su antigua hacienda, allá en Urubamba, con bosques y prados, de la leche de vaca que tomaba cuando chica, directa de la vaca. Como también me cuentan esos ojos de las infamias que le acontecieron en su juventud, del amor que la vida nunca le dio, de la vida dura y etapa adulta trabajadora que la marcaron e hicieron la mujer que es y que muchos no comprenden del porqué de su obrar ahora.

Ella fue, es y será la parte de mi cosmología serrana, sin ella no sería lo que soy, no tendría los recuerdos que tengo. Ha sido mi otra madre y lo será hasta que mi propio ciclo de vida haya llegado a su parte culminante y le toque apagarse. La recordaré tanto como a esta Luna que me alumbra y veo fascinado, que otros no ven y toman a desdén a esos seres de gran sapiencia que son nuestros viejos.

Hoy… espero llegar a casa, abrazarla y decirle que la quiero…antes que se haga tarde… ¿Qué harás tu al llegar con los tuyos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario