Las calles se ven silentes, el hambre empieza a hacer su trabajo. El estómago cruje. También el sol inicia su jornada secadora de labios y cuerpos.
Camino por calles colmadas por transeúntes que viajan por otras calles; quizá busquen lo que yo, un trabajo. Puede que no lo hagan por el hecho de que quieran o que deben, sino que tienen que. Hombres como yo hay pocos, desventurados a veces, otras, simplemente, afortunados. Cosas de la vida y bienvenida a este chiquero de frugales y golosos.
Pero no me importa la calle y su méndigas ofertas de trabajo mal remunerado o sus prácticas pre profesionales explotadoras de quince centavos la hora; yo voy por algo más. Pero hoy no es mi día. No lo hallaré, tampoco lo podré mañana. Pues la vida sumerge todo cuanto puede. Traga ilusiones y sueños.
Ser escritor, alguien que viva de lo que sueña, que cree mundos y goce viviendo en ellos. Un sueño por más loco en una ciudad atestada de apestados sociales, economistas y empresarios que dicen ser los dueños de la felicidad en sus casas opulentas y vacías y cuentas llenas. Sin corazones ni cerebro que les diga que la vida es más que eso. Que la plata se va, que las casas se destruyen, que las putas que pagan azarosos no los tienen en sus corazones. Son hombres realmente solitarios en sus mundos ciegos y holgados.
Mi lucha, la lucha, creo, de todo escritor o postulante a serlo ha sido esta: plata versus sueños e ideas. Lógicamente. La plata tienes sus guantes de cuero con púas astilladas para golpear a diestra y siniestra, con puños tan certeros que nuestros guantes de tela vieja con arena recogida por ahí no ayudan a pelear. El talento es nuestra única arma.
Saber donde golpear y como hacerlo es la única forma de poder pelear contra este enemigo que se acerca acechante y demoledor. Un bruto de puños y sueños destruidos cuando sus antecesores pudieron hacerlo a tiempo, “plantándole en el mundo real”, diciéndole –es hora de pisar suelo, muchacho… esas pavadas de ser algo más que tu viejo y tus abuelos no son más que estupideces, dedícate a lamer el culo a tus futuros jefes… ahí esta la felicidad-.
Pero debo ahora sucumbir a estas fuerza que apabullan mis ideas, debo sufrir lo que todos los don nadie que habitamos este mundo sufren. Algunos se liberarán y harán lo que vinieron a hacer. Soñar. Soñar y crear.
-Soñar para qué- alguien quizá te pregunte repentinamente. Lo hará con la cara semi-inclinada, con los ojos abiertos esperando atacar a tu “inocente respuesta” y una cara llena de incredulidad que grita por los poros: eres un pobre diablo que no sabe de la vida. Ellos, realmente, no saben de la vida. La han olvidado.
Por eso usan carros costosos, compran casas y propiedades, viajan por el mundo sin el sentido de aventura (Lo hacen solo para poner una foto en su marco y escupirle a la cara con la foto a quien no pudo hacerlo), fornican sin sentir y dejan de amar. Olvidan el sentido verdadero de ser ingeniero, medico o cuentista. Se relegan a las filas de los descerebrados sociales que te dictan en sus pizarras: -debes hacer plata-.
Yo, yo quiero tener un nombre, ser recordado. No ser como el tonto que tenía mil casas, diez mil carros, millones de lujos y aventuras de pobre diablo. Quiero ser recordado como el hombre que fue luchando por sus sueños. Como el Vallejo que murió en la miseria y sin embargo lo recuerdan más hombres en este mundo que al mismo presidente de alguna trasnacional que vivió por esos años o el líder político que atestó sus bolsillos de billetes ajenos.
¿Lo lograré? No lo sé, por ahora solo deberé de seguir a los demás muertos en las filas laborales. esperando resucitar.
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