martes, 11 de enero de 2011

Mirando a lo lejos.

Bruno Gabriel L. García.

Caminar por la ciudad siempre me dispuso a divagar sobre mi persona, sobre todo lo que sucede alrededor y –puede también- algo más allá. Es una especie de monólogo de un "Alter Ego" y un "Súper Yo" hablando de un tercer tipo con el mismo nombre de ambos personajes. Un personaje que en sí mismo habla a voz en cuello de lo que pudo, de lo que hizo mal o hizo bien, de lo fructífero o infructífero de su día... en general de todo lo que cubra y obnubile su mente por ese pequeño tiempo auto compartido para sí.


También suele hablar de la mujer que le roba alientos cuando la ve, cuando la recuerda; jugando a veces a ser el amante que ella tiene y que no es él… como si se estuviese preparando para que un día lejano o inexistente, exista esa pequeña chance en que ella y el lograsen tener dicha conversación. Son juegos y placebos mentales que gusta engullir en la soledad, mientras camina o, mejor aún, cuando mira la noche, el firmamento, la calle, su barrio y las lucecillas que a lo lejos titilan ante esa especie de oscuridad mística que crea la ilusión de que no son lucecillas de casas terrenales sino que se tratan de pequeños astros que envían su luminiscencia a través del espacio y tiempo para que nimios seres podamos saber que existen. Anhelando que en algunas de esas estrellitas haya otro ser símil nuestro que también vea nuestro pequeño sistema y piense: -¿Habrá vida allí?-.

Pero no cambiemos de tema, ese chico, Karlo, ha seguido viajando en su propia nube por donde Eolo lo dictamina. No es que se deje llevar por donde la vida lo lleve, sino que aprecia elucubrar acerca de todo lo que le suceda, a él y a su alrededor, en una especie de viaje astral casual. Suponer mundos, una idea que lo obliga a buscar crear y jugar a ser
dios por unos instantes.

Es un goce que crea adicción, como una droga metafórica que gusta inhalar de golpe y vislumbrar internamente. Mas, dentro de estas vivencias tacitas también se halla, o, mejor dicho, se le cruza, perennemente, su amada Sofía... su perdición, su querida Sofi; que es esa mujercita de cabellos largos y claros, de ojos acaramelados y grandes, con vocecilla grata a sus oídos. Es su musa eterna.

Recordarla ha sido maravilloso, un encantamiento de un par de minutos que lo obligan a seguir luchado, batallar con este ejercito humano, que lidia diariamente en las calles, en su cuadra, en cada esquina que toma para voltear a un diferente camino…

-Karlo, ¿En qué piensas?-
-En que sin ti no sería nada, no escribiría, ni podría seguir…-
-Karlo… no hagas eso… no quiero alejarme, ni que te me alejes con la respuesta que sabes…-
-No te preocupes, mi peque… solo fue un momento de meditación, nada más…-

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