martes, 22 de marzo de 2011

En sus cuerdas, como a un títere me juega


Bruno Gabriel L. García
  Me gusta mirar la figura femenina, no hablo en el sentido sexual del término, sino en la belleza que exaltan estos exóticos seres. Su sensualidad son un azar de imágenes gratas. Que no dejo de admirar cada vez que cruzo una calle.
No me mal entiendan, repudio en exceso esa latinada de ver sin desparpajo el culo y tetas, que suelen hacer los varones con síndrome de machos de undécima calaña. Yo prefiero admirar, aunque sea escuetamente un rostro bello, o mejor, la forma de cómo ellas caminan, la soltura, coquetería y sensualidad que explotan a cada paso. Como también la forma de cómo cae y mueven sus cabellos, la finitez de sus manos, el olor dulce con que inundan ambientes con su sola presencia, la gracilidad con que bajan una escalera, viéndote y haciéndolo tan sensualmente que solo basta con su beso en la mejilla al saludo o su simple voz en un -hola-, para amarlas por un par de vidas.

Son esos detalles que hacen que uno ame a las mujeres, con todas sus grandilocuencias. Pues ellas no solo son hermosas, sino inteligentes; han logrado (En toda esta era de patriarcados decadentes), mandar y hacer cuanto quieran. Ensalzar todo cuando las rodea, con tal gracia que Troya no hubiera sido nada sin su Elena; o el Quijote, que hubiera sido solo un simple loco si Dulcinea no hubiera asomado su ser ese día, en esa taberna, en que ese larguirucho luchador de molinos y que junto a Sancho no hubiera caído a ese lar de ebrios arrechos.
Sofía es eso, esa cosa que exacerba almas y alborotaría a toda Troya (Si aún existiese). Por ella es que trasluzco en una suerte de Quijote sin Sancho; pero capaz de liar -en este caso, en esta era-, con fábricas enteras.
Sofía, mi querida Sofi (como siempre la he llamado y he de hacer), con sus grandes ojos y sus manitas delicadas… y la sensualidad a flor de piel, encantando a cada varón que la llega a conocer. Pues, su dulce voz y la viveza e inteligencia en ella bastan para fulminar a uno, en un tiro a quemarropa y en la cabeza.
Ella siempre ha sido así. Desde que la conocí, sé, siempre lo será. Pero ahora otro anda a su lado; ese maldito afortunado quizá no sepa lo que tenga entre manos. Quizá no la conozca la mitad de que ella y yo sabemos uno del otro, de lado a lado. Pero ¡Diablos! Que ella solo ve mi amistad y algunos juegos de pareja que usa para manipularme como títere en baladí de amores.
No la reprocho, sin embargo; pues ella sabe que la amo y juega con ello, lo aprovecha… y me gusta.
Mañana la veré al ocaso, por ahora solo contento mi amanecer con coger mi antigua máquina de escribir, un par de cajetillas de tabaco y algún aguardiente, del bueno; y jugar a escribidor de los años cincuenta. Ponerme a relatar como antes lo hizo Bukowski en algún motelillo, de sórdidos pasillos y putas en esquinas.
Mañana la veré al ocaso, espero poder robarle otro beso.

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