La compramos en una callejuela oscura, perpendicular al jirón de la Unión. Ahora que recuerdo, era una calle de la que no recuerdo el nombre, solo recuerdo la voz del hombre susurrando -este perrito a 50 soles- a mi madre y a mí, claro, yo, con la mirada que lleva todo ilusionado infante ante una mascotita.
Pero ella no era solo una mascotita, no era un ser inferior al que debía cuidar, era mi Nena, mi pequeña Nenita, esa especie de hermanita que llega inusitadamente a la vida de un niño solitario y que lentamente atrapa al corazón. Para mi tío era como una carga que yo debía de llevar a partir de su llegada, para mi tía era la pequeña que apareció en su canasta una noche -como fue esa noche en la que la trajimos- y que sería querida desde su llegada… para mis primos, era solo la nueva mascota.
Hasta ahora no se bien cual era el parecer de mi madre cuando la compramos, solo sé que cuando la traía en brazos el día que murió, ambos regresamos llorando en el taxi a casa, cargándola en nuestro regazo, sin consuelo, sin mirarnos, en un llanto tan silente como son las parcas mirando a través del ojo que comparten las tres al ver los designios de su futuro difunto.
Nenita había llegado después de que asaltaran la casa, ella sería nuestra guardiana; mis tíos decían que esa sería su chamba, mi madre… igual. Pero en el fondo su misión era hacernos sonreír, lo sabíamos todos, de un modo u otro.
En mi caso era en todo momento que podía pasar con ella: el regreso a casa del colegio, el momento en que yo le cocinaba su comida mientras me miraba atenta, las pocas noches que podía dormir con ella en mi cama, producto de un descuido de mis tíos… pues ella tenía su propia cama en una casita de madera hecha como se pudo y con lo que se pudo sacar del patio trasero que era una especie de deposito con cosas muy viejas y cachivaches de todo tipo. En fin, era mucho y pocos momentos que llevé con ella el poco tiempo que estuvo conmigo. Era mi Nenita, como su nombre lo decía, mí consentida en la etapa final, y creo, a veces más llevadera de mi primera juventud.
La noche que la trajimos, fue una de esas noches medias tortuosas, al salir de ese callejón, fuimos asaltados antes de tomar el bus, recuerdo que perdí un buen reloj esa noche; pero no importó, mi pequeña estaba bien. También recuerdo que al llegar a casa mi madre y mi tía verificaron que estuviera bien la nueva señorita.
Lastimosamente estaba atestada de bichos en su cuerpecito; -a veces no entiendo porque esos vendedores no los cuidan, si para finales ella para ese comerciante no era más que un producto-… que debería de haber cuidado para venderla rápidamente. Esa noche mi madre y tía la bañaron y pasaron unas buenas 5 horas sacándole todos los bichos que la aquejaban y que yo no sabía que pasaba cuando la trataba de calmar en el bus de regreso a casa. Claro me tuve que tomar un baño nocturno de casi una hora para verificar que ningún bicho se me hubiese pegado a mi, luego mis dos madres hicieron o mismo después de haber limpiado a la nueva integrante…
Ese día que le siguió, recuerdo, fue una jarana, la pequeña nueva llegada parecía que tendría un buen dulce hogar, también eso pensé yo… las cosas a veces no marchan como uno quiere o sueña.
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