lunes, 4 de octubre de 2010

Viaje al centro… de votaciones

Hay gente que vive distante de su lugar de votación, ya sea porque se mudó y no hizo a tiempo la renovación de datos en el RENIEC, o porque le da roche decir que vive en tal lugar y decir que vive en otro lugar con el fin de auto elevar su pobre autoestima o como este triste personaje, por estrategia. 


Estrategia digo porque a la casa donde vivo no llega ciertas documentaciones, así que me obligo a tener un domicilio fiscal diferente. Además que en este domicilio fiscal viven mis tíos que son mis segundos padres… pero eso es ya otra historia.


Entre los dos lugares -el distrito en donde voto y el distrito en donde vivo-, hay un trecho muy marcado y de disímil comparación; pues uno esta “aquí” y el otro “allá”. Y sabemos que entre el “aquí” y el “allá” no hay un conector lógico directo que los una. Solo hay una idea antonímica y una cantidad indeterminada de descripciones de cómo ir del 'aquí' al 'allá' sin malograrse tanto el día con el fatigoso viaje que hay de por medio; en mi caso se trata de una calvario de unos 20 kilómetros aproximados de los cuales he recorrido caminando un 70% del total.

-Dios y la Virgen, en quienes no creo pero otros si, salvaguarden al pobre o pobres diablos que fabricaron estas grandiosas zapatillas mías que soportaron patrióticamente en esta cruzada electoral; y a la vez castigue con violencia y sadismo a las viejas y viejos, cotorras y urracos, chuchumecas y chuchumecos, y ridículas y fachosos que llevaron a su pelotón de críos y mascotas como si esto fuera una procesión al centro de votación (Valga la rima), y que atiborraron a los malditos pocos buses en servicio que habían de chibolos gritones y estridentes, quitando espacio a quienes íbamos a votar y necesitábamos usar dicho servicio-.

Lo único que llegó a viajar más rápido que un ‘Choro’ con la cartera de su víctima en plena congestión vehicular fueron las motos. De haber viajado en moto, habría llegado más rápido que un hijo de grandísima madre al infierno. Por ello fue que maldije el mendrugo instante en que no se pudo comprar una moto hace un tiempo atrás para mi transporte facultad–casa y viceversa… y a hacia algún otro paraje más.



Sobreviví

El viaje ida y vuelta fue todo un trajín. Polvo y smog fueron dos amigos perennes en el trayecto, además de un mísero sol que se dio una vueltita ligera por el vecindario.
La Carretera Central, que es el principal camino a mi destino de ida y de vuelta andaba atestado de estos tres elementos, sobre todo de los dos primeros. Claro que no faltaron esos jugadores del corre que te alcanzo… y te arrancho lo que coja  que ponen más salsa y aliño al asunto.

Por eso es que tengo la fortuna de no haber sufrido ningún ‘percance’ en el trayecto de ida y de vuelta. Salvo por el asalto indiscriminado y violación a dedo profundo, y con manchas de tinta electoral, a mi frágil economía por crapulescos vendedores ambulantes y mata perreros transportistas de hediondas sonrisas y la figuritas brillosas y chirriantes de una ‘luquita’ dorada en cada ojo al momento de cobrar.

Estoy consiente de ello, habría sido fácilmente asaltado por donde anduve; pues caminar por esos lares, otro día cualquiera, habría significado un suicidio premeditado pre levantada del piso y saqueada a bolsillo profundo y con rapidez de miedo por algún grupo de delincuentes.


Digamos que me salve por la democracia que obligó a miles a caminar menos, igual o más que yo hacia sus centros de votación obligado; que de haber caminado solo y no con esa masa cansada, grasienta y sudada de mozalbetes huachafos y huachafas, y cucufatos y cucufatas, y libertinos y libertinas con tufo a ron y chela de ley seca… y varios de ellos, encima, con críos y mascotas a la cuesta, habría sufrido ‘el percance’ de llegar calato a casa sin mas que el dedo medio manchado de tinta azul.



Conclusión

La simple conclusión es que la caminata dominguera ha sido fructífera, osada (no solo por mi) y jodida en muchos sentidos; no en vano me duelen los pies como si hubiese trepado cerro con los amigos, lo cual me dice que hice el ejercicio que la modorra educacional produce en mi constantemente. Tampoco me arrepiento de haber recorrido más de 14 kilómetros y haber sudado la poca grasitud que mi enjuto cuerpo lleva. 
Hice periodismo gonzo, como una querida profesora solía decir y a veces alentar.

Podría, también, decir para finalizar:
“A pata llegué
a mi centro de votación municipal
en el distrito “fiscal” (lo siento… no supe con que rimar)
en donde rayos me inscribí…”

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