domingo, 28 de noviembre de 2010

El día que se distrajo una parca

La vida es un azar de miles, millones de cosas. Puede que mueras como viviste o que mueras a causa de lo que viviste. También está que tu muerte sea una de las razones o un simple cruce con una de las parcas.

Son pocos los seres que han vivido con las parcas asediándolos, pero muchos han sido los que han convivido con ella por un corto o lago tiempo.

Bien recuerdo ese día, fue un cruce, simplemente, o una mera coincidencia que llevé por propio atolondramiento (pues no creo que por convicción), a que tuve un crucé con la muerte. Caminaba rápido, inconsecuente de que la premura a veces lleva a acercarse más rápido a ciertas cosas. La avenida se veía congestionada, pero de pocos transeúntes, era una vía rápida para seres que gustan de caminatas, ya sea por divertimento o por trabajo o gusto por gastar suelas y cemento, da igual.


Mas, fue en aquella esquina donde un vehículo con sirenas, una ambulancia, golpeó en cierta forma mi realidad; ésta avanzaba rápido, lo más que podía. Paró de repente frente mío, apagó la sirena, bajo la velocidad e inicio una marcha fúnebre.

Estaba cerca a un par de hospitales y aun así la muerte le había llegado, el ser que en ese carro viajaba herido o moribundo, posiblemente no sabía que ese era su último viaje, o que también no sabía que moriría entre desconocidos que lo atendían como si fuese un caso más. Que no habría pena en su muerte en ese instante, solo horas o minutos después de su arribo a algún hospital, donde otro frio doctor, acostumbrado a vivir con la muerte le diera el aviso a los familiares; -Señora… me es una pena informarle que su marido no pudo soportar más…-, es muy posible que no inicie con estas palabras, o que yo espere que cuando fenezca las digan con mi cuerpo frio en la morgue helada del hospital.

Fue un golpe, lo digo, porque puede –y es ahora que recién elucubro al respecto-, que el cuerpo que pudo morir en esa esquina entre desconocidos, -y solo-, pude ser yo. Pues llegué a escuchar un día, de tantos, que cuando una persona muere hay alguien que se salva o que sobre vive. Por ello, si hubiera muerto, en esa esquina… quien sabe, ese ser que dentro de ese carro agonizaba no hubiera muerto.

Y quien sabe, pudo ser un padre que no merecía morir, o un hijo que merecía más que eso en la vida, o quizá era un genio el que nos abandonaba. Si mis pasos hubiesen sido más rápido ese día, quizá la ambulancia hubiera pasado sobre mi cuerpo intempestivamente y la parca me hubiera preferido antes que el ser que ahí esperaba alguna salvación y que puede que lo mereciera.

Solo ahora, cada vez que lo recuerdo, recuerdo un ápice de lo que es la vida, de lo que uno pierde o gana, de lo debemos hacer al tener esta especie de presente, un regalo, realmente, que hay gente que no merece morir y que lo hace y que nosotros estamos aún aquí y pareciera que aun no vemos esto, dilapidamos vida y cuando la ancianidad nos llegue, quizá la veamos y lamentemos no haberla aprovechado.

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